210 años después aquel objetivo no se consiguió y los periodos de supuesto orden mundial han sido fluctuantes y efímeros desde entonces y la duración de cada período se ha ido reduciendo con el paso de los años y las épocas.
En esa lógica de realismo asistimos por estos días a un cambio que parece ser profundo en relación con lo que fue desde finales del siglo pasado la “estabilidad internacional” producto del triunfo de la globalización y de la aplicación asintomática de los “valores” del Consenso de Washington.
Hoy el ocaso de la hegemonía unipolar de Estados Unidos y la debacle indetenible de la Vieja Europa, transformada en un territorio colonial del Departamento de Estado, sin autonomía ni futuro, parecen haber llegado para quedarse, un tiempo que no se augura breve.
De aquella Europa, que desde la creación de la Liga de las Naciones en 1920 y más tarde con los acuerdos de Bretton Woods y la creación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se percibía protagonista central de la política mundial nada queda. Hoy es solo un territorio sin recursos naturales ni vanguardias tecnológicas, que le permitan sentarse a la mesa del nuevo multipolarismo de Estados, que tiene a los BRICS y al Estados Unidos de Donald Trump como protagonistas.
Tal vez lo nuevo de esta etapa refiera a que la interdependencia de las economías y la liberalización de los flujos financieros generado en las últimas décadas atenten contra ese nuevo mundo deseable. Pero, de todos modos, el ejemplo de los BRICS para despegarse de esa interdependencia de matriz occidental es una estrategia para observar con detenimiento, sobre todo porque el desarrollo de la inteligencia artificial, las redes tecnológicas financieras y las comunicaciones internacionales, ya no son solo patrimonio exclusivo de Occidente.
Mientras todo esto pasa, la confusión campea en América Latina, donde dirigentes y fuerzas políticas, otrora tributarios de la globalización neoliberal, que creían universal y perenne, no encuentran su lugar. Confusión que involucra izquierdas y derechas, transformadores y conservadores. Salvo honrosas excepciones, todos ellos tributarios de las políticas del Departamento de Estado para nuestra región con terminales demócratas o republicanas según el caso.
Aquel orden internacional que surgió de la Segunda Guerra Mundial, con la hegemonía global de los cinco países del Consejo de Seguridad ha sido sobrepasado por la violenta realidad del siglo XXI.
Ante la guerra iniciada en febrero de 2022 en Ucrania o ante la destrucción y aniquilación en la Franja de Gaza, con más de 45.000 personas, mayoritariamente mujeres y niños indefensos masacrados, los organismos multilaterales solo emiten declaraciones. La vieja “gobernanza mundial multilateral” que estaba supuestamente por encima de los países ha muerto y los únicos que aun fingen no saberlo son los treinta y cinco mil burócratas a sueldo de esos organismos.
Siria, el Líbano, y Yemen son bombardeados regularmente por fuerzas de la OTAN con ayuda de Israel. A la guerra civil en Sudán, que ha provocado miles de muertos, se suman la de niños mujeres y ancianos por la hambruna desatada. En la región de Tigray, en Etiopía, las víctimas superaron las 100 mil personas en 2022 y pese a los acuerdos de paz firmados un año después, los combates continúan.
Y así podemos seguir relatando situaciones y hechos que demuestran de modo concreto y factico el agotamiento de este orden internacional que debe ser reemplazado.
Ante el oxidado sistema de Naciones Unidas, colonizado por Estados Unidos urge un nuevo orden internacional multipolar y respetuoso de tradiciones, culturas y diversidades geográficas étnicas y religiosas. Sobre todo, después del furibundo fracaso de la “globalización obligatoria” que intentó que un habitante del Tíbet tuviera los mismos valores y expectativas que un intelectual de California.
Pocas cosas cargan más niveles de autoritarismo y falta de respeto a diversidades reales, históricas, geográficas y étnicas que la misma globalización.
La historia nos muestra sin embargo que no solo las grandes guerras o las guerras mundiales han puesto término a un determinado orden internacional y dado origen a uno nuevo. El inicio de la actual globalización se dio a partir de la autodestrucción del mundo soviético sin mediar un conflicto bélico explícito. El gran aprendizaje de la Federación de Rusia de aquellos años es la creación del concepto de Guerra Híbrida que ha puesto el debate sobre la conflictividad mundial en otra dimensión.
La gran pregunta actual, radica, por lo tanto, en saber si se podrá lograr ese nuevo orden internacional sin millones de muertos en el mundo o sin innumerables conflictos focalizados en múltiples lugares de nuestro planeta.
Las postrimerías de la lamentable gestión genocida de Joe Biden parecen bregar por lo contrario pero el nuevo escenario anunciado por estos días de una cumbre entre Trump y Vladimir Putin tal vez sea el puntapié inicial de esa utopía de tolerancia recíproca y paz consensuada que parece no tan cercana por estos días.
El nuevo mundo deberá tener respetos recíprocos, que por la propia naturaleza del hombre deberán basarse en equilibrios de poder político y militar. La amenaza del “final nuclear” que siempre está latente, paradójicamente, puede ser un ordenador.
Un gran político argentino solía decir que “todos los hombres son buenos, pero si se los controla suelen ser mejores” Pocas cosas más actuales.
El año 2025 tendrá a la cabeza de una de las principales potencias económica, tecnológica y militar del mundo, al presidente Donald Trump. Sería muy ingenuo suponer que Trump actuara en defensa de otros intereses que no sean los de Estados Unidos. La pregunta más correcta seria en todo caso, porque buena parte de la dirigencia política latinoamericana solamente se arrastra ante las embajadas de Estados Unidos en sus países, y no porque Trump defiende los intereses de su país como sin embargo no lo hacen Milei, Lacalle Pou, Noboa y tantos más por estas latitudes.
Los nombramientos del senador Marcos Rubio, como secretario de Estado y de Mauricio Claver-Carone como encargado de América Latina no cambian demasiado lo vigente. En todo caso continúan con la línea de “patio trasero” que todos los gobiernos estadounidenses imaginan para nuestros países.
América Latina es una región de paz, libre de armas nucleares y donde los problemas sociales producto de la desigualdad, el bajo crecimiento económico, las drogas y la delincuencia son causados centralmente, por el sometimiento de su dirigencia política a las órdenes de Estados Unidos. Esto solo lo modificaran pueblos organizados con dirigencias soberanas, no la benevolencia de Estados Unidos.
En este 2025 habrá elecciones presidenciales en Ecuador, Bolivia, Chile y Honduras, mientras que en 2026 serán en Perú, Colombia, Brasil y Costa Rica. Como siempre ha sido Estados Unidos tendrá sus propios candidatos. Nada nuevo bajo el sol. Corresponde a las fuerzas populares construir alternativas de poder.
Mientras tanto en Argentina, el gobierno de Milei mira su propia programación, ajena al nuevo mundo en ciernes y divaga en búsqueda de comunistas imaginarios y de un mercado mundial libertario que solo existe en sus afiebradas mentes y al que ni siquiera Donald Trump considera viable. De hecho, Trump declarará emergencia económica para proporcionar soporte legal a una amplia franja de aranceles sobre importaciones, que protejan empresas y fuentes de trabajo al interior de su propio país.
Que Trump intente modificar el actual orden internacional usando el inmenso poder económico, tecnológico y militar de Estados Unidos no significa que pueda lograrlo. A la luz de los hechos no está de más recordar que la administración Biden ha sido la más beligerante y sangrienta en décadas, a pesar de haberse presentado como la nueva democracia que iba a corregir los “excesos” del primer mandato de Trump.
Un dato para tener muy en cuenta es que Trump ya no tiene reelección presidencial a la vista, por lo que la disputa por su sucesión será un paisaje cotidiano del ala oeste de la Casa Blanca, que muy probablemente no le otorgue gran estabilidad a su gestión.
La potencia de los BRICS, con la recientemente anunciada incorporación de Indonesia, su pluralidad geográfica y política y su importancia económica son una gran oportunidad para el despegue de una América Latina inclusiva e igualitaria. No hay que pedirle ese futuro a la misericordia de Estados Unidos, hay que saber conquistarlo por medios propios, porque como decía el General San Martin: El enemigo es más grande si uno lo mira de rodillas.
Marcelo Brignoni*. Analista político.
Foto de portada: es.linkedin.com/