Las estancias Santa Catalina, en Bolívar, y Don Silvano, en Exaltación de la Cruz, ofrecen una estadía inolvidable y por esta razón muchos visitantes las han elegido, una y otra vez, para celebrar momentos importantes.
Cuatro generaciones
“Hay una pareja que se casó aquí y la fiesta la organizó mi abuelo. Luego festejaron sus bodas de oro y le tocó a mi papá preparar la celebración; y después, en el casamiento de uno de sus nietos, me encargué de la renovación de sus votos. Crecer con nuestros visitantes es lo mejor que nos ha pasado siempre”, afirmó Rodrigo Lisiardi, cuarta generación al frente de “Don Silvano”.
Las horas del día no alcanzan para hacer todas las actividades que propone el lugar: paseos a caballo y en carruajes, juegos de campo, actividades en piletas y recorridos por el nuevo parque del gaucho con exposiciones donde se pueden conocer maquinarias agricolas, el corral de palo a pique y el rancho de adobe. Además ofrece mesa de pool, metegol, ping pong, sapo y juegos de mesa.
También, quienes la visitan se sorprenden con los animales que dan vueltas por el predio, desde los típicos de granja hasta búfalos, flamencos, pavos reales y cisnes.
La experiencia gastronómica es un atractivo imperdible que recrea costumbres rurales. Tanto en el desayuno como en la merienda se pueden degustar pastelitos, tortas fritas y otras delicias de la repostería vernácula. A media mañana, es la hora de las empanadas con vino; en el almuerzo, del abundante asado criollo y en la cena, de la cocina artesanal a la carta.
La historia comenzó a principios del siglo XX con la llegada de un pequeño inmigrante italiano, Silvano, que durante su adultez empezó a trabajar en un almacén de ramos generales hasta que logró tener su propio negocio y en 1940 compró la finca a la familia Lennon.
El casco de estilo victoriano, que aún se conserva, sumado a la belleza del paisaje y el espíritu sociable de Silvano fueron la semilla que originó el proyecto. Dicen que sentía un inmenso placer al recibir a sus amigos quienes le solicitaron un lugar para hospedarse y quedarse unos días más en el campo.
Cada generación dejó su sello durante los ochenta años de historia del establecimiento, que dispone de veinticinco habitaciones con capacidad para setenta personas, y dos salones de importantes dimensiones.
La hospitalidad de los anfitriones
“Una de las anécdotas que apreciamos fue la visita sorpresiva de Stefano e Isidora, huéspedes italianos. Reservaron con la idea de pasar un día de campo y ante nuestra sorpresa, decidieron quedarse una semana completa con nosotros antes de regresar a su país de origen, porque dijeron que había sido ´ uno de los lugares más interesantes y tranquilos que habían conocido en Argentina´. Durante cinco años eligieron este lugar para pasar sus vacaciones y cosechamos una gran amistad que perdura hasta el día de hoy”, relató Dolores Posadas, dueña de la estancia Santa Catalina, ubicada en el municipio de Bolívar.
El lugar conjuga la inmensidad pampeana, la tranquilidad y la calidez de sus anfitriones. Allí las siestas son religiosas y funcionan como antesala de “la hora del mate”, que se ceba acompañado por las infaltables tortas fritas caseras.
Además, ofrece platos típicos camperos como asado, empanadas y locros, entre otras exquisiteces, y en las noches de fogón los cuentos rurales se alimentan del fuego, los mitos y la imaginación.
En “Santa Catalina” no hay lugar para el aburrimiento. Se pueden realizar cabalgatas, avistaje de fauna y flora, demostraciones de actividades criollas y visitas a sitios para pescar.
La finca debe su nombre a Catalina Berreterreix, quien llegó desde España a finales del siglo XIX y en 1889 construyó la casona familiar para abocarse a la producción ovina. Desde hace dos décadas, Emilio Posadas adquirió el establecimiento que está atravesado por los relatos de turistas que hablan de su afecto especial por este lugar.
Además de los atractivos naturales del paisaje, el sosiego y la gastronomía rural, las estancias bonaerenses tienen un encanto extra: la amabilidad de su gente.
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