Bondarenko, referente de un espacio que se autodefine como “post-populista”, apuntó directamente al corazón del modelo kirchnerista: el conurbano bonaerense. “Lo que vemos en La Matanza, en Florencio Varela, en Merlo, es abandono estructural. Calles destruidas, hospitales colapsados, escuelas sin recursos. Es un modelo que fracasó”, afirmó ante un grupo de vecinos en San Miguel.
La comparación con “un país del tercer mundo” no fue casual. Bondarenko la utilizó como contraste con zonas más desarrolladas del país, como el corredor norte del AMBA o ciertas regiones del interior. “No puede ser que a 30 kilómetros del Obelisco haya chicos que no comen todos los días”, agregó.
Las palabras del dirigente se inscriben en un clima político marcado por el desgaste de las estructuras tradicionales. Si bien el kirchnerismo conserva presencia territorial y simbólica en muchos municipios, su hegemonía ha sido erosionada por nuevas fuerzas, alianzas fragmentadas y una ciudadanía cada vez más crítica.
Analistas consultados por este medio señalan que el llamado a “terminar con el kirchnerismo” no es nuevo, pero sí adquiere matices distintos en el actual contexto. Ya no se trata solo de una disputa ideológica. Hay una narrativa que busca asociar el kirchnerismo con el atraso, con lo que no funciona. Y el conurbano, por su densidad y complejidad, se convierte en el escenario perfecto para esa crítica.
Más allá de la intencionalidad política, las declaraciones de Bondarenko ponen en evidencia una realidad que trasciende partidos: el conurbano bonaerense arrastra décadas de políticas fallidas, crecimiento desordenado y falta de infraestructura. Es un territorio donde conviven la cultura popular, la resiliencia comunitaria y la marginalidad estructural.