16/02/2021  -  Interés General
Lugares icónicos
Separados al llegar, pero unidos para sufrir
Recorriendo la ciudad de La Plata se pueden apreciar muchos grupos escultóricos, la mayoría fundacionales o de principios del siglo XIX, que llegaron para ser ubicados en plazas o en locaciones gubernamentales o educativas, con el objetivo de adornar todas las construcciones de la capital que Rocha sonó.

Cada estatua tiene su historia, algunas estuvieron perdidas, otras fueron relocalizadas, otras estuvieron “secuestradas” y muchas permanecen en el mismo lugar en el que fueron ubicadas originalmente. Pero quizás la historia más simpática sea la de Los Púgiles, una reproducción en mármol de carrara de una escena mítica recreada por el italiano Antonio Cánova sobre un combate pancracio, en la que separaron a sus protagonistas al bajar del barco, y tras permanecer así durante más de 75 años, ya hace un cuarto de siglo que comparten su destino juntos.

Los originales, que reposan en el Museo Pío-Clementino del Vaticano, fueron realizados casi un siglo antes de que sus copias fueran bajadas en el puerto de nuestra provincia. Habían llegado a fines del siglo XIX, junto a otras réplicas realizadas por escultores de la localidad italiana de Pietrasanta en bloques de mármol de Carrara y fueron ubicadas por separado, sin saber que eran parte de la misma obra.

Así permanecieron, a 100 metros una de otra, desde que se las instaló en 1915 hasta que a mediados de 1992, por sugerencia de un ingeniero platense que vio el conjunto original, la municipalidad corrigió el error y desde entonces su destino las unió nuevamente.

Desde su reunión hace 29 años, son uno de los blancos preferidos de los vándalos platenses, quienes en innumerables ocasiones los han convertido en objeto de sus fechorías pintándolos o amputando alguna de sus extremidades. Esto motivó varias intervenciones para su restauración y puesta en valor, en donde la facultad de Bellas Artes de la UNLP ha tenido un papel preponderante y es la causa por la que hoy una reja los encierra y por la cual la comuna pensó en trasladar el conjunto escultórico al interior del Pasaje Dardo Rocha.

Este trabajo de Cánova, representa puntualmente la historia de una lucha mítica que los griegos Creugas de Epidauro y Damoxenos de Siracusa, entablaron durante los Juegos Nemeos del 400 a.C.

En el combate los luchadores llegaron hasta la puesta del sol sin haber ganador. Según las reglas, en este punto, cada uno, por turno, tenía oportunidad de dar un golpe al contrario, con el derecho de exigir a su rival adoptar la postura corporal que el hombre que iba a ejecutar el golpe quisiese, sin que quien lo recibía pudiera hacer el menor movimiento para intentar esquivar el golpe. Así se sucedía, hasta uno de los dos no pudiese sostenerse en pie, declarando ganador inmediatamente a su rival.

A Creugas le tocó ser el primero y pudiendo escoger la posición del contrario, le hizo colocar los brazos a lo largo del cuerpo. Su golpe fue al rostro de Damoxenos. Recuperado este, le pidió a Creugas que levantara su brazo en alto y le mostrara su costado. Damoxenos con la mano abierta y los dedos extendidos, le dio un golpe debajo del tórax que le sacó los intestinos, matándolo en el acto. A pesar de lograr la victoria con un golpe ilegal en el pancracio, la repercusión de este mítico combate hizo que 2000 años más tarde Cánova inmortalizara a los dos campeones en un monumento, cuya reproducción adorna uno de los extremos de la Plaza San Martín, frente a la gobernación, la legislatura y la vieja estación de trenes, que hoy es el Pasaje Dardo Rocha.

El deporte que estaban practicando se llamaba pankration, un estilo de lucha introducido oficialmente en los Juegos Olímpicos del 648 a.C, que combinaba el boxeo helénico con la lucha, en un combate cuyas únicas reglas eran: no golpear los testículos, no morder, no introducir los dedos en los ojos del adversario y si -al caer el sol- no había un ganador, proceder a la modalidad de un golpe por persona.

Este estilo de lucha fue concebido como técnica de guerra, buscando preparar a los soldados para el combate cuerpo a cuerpo sin armas y como acondicionamiento físico para luego poder cargar más de 30 kilos de armadura, casco y armas.

A más de 20 siglos de aquella helénica lucha, los atléticos púgiles son quienes se quedan quietos e impávidos ante los ataques de los vándalos que los mutilan. La diferencia entre estos tiempos y los del combate que motivó al escultor italiano, es que hoy los luchadores compiten en el mismo equipo y no pueden devolver el golpe que sus rivales le asestan.

Autor: Hernán Marty, periodista. Especial para NOTICIA BAIRES.

 

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